Hubo un tiempo, no hace muchos años, en el que sentarse a
una de sus mesas era como volver a casa de la abuela los domingos. Cazuelitas de albóndigas
jugosas, de las que se deshacían en la boca, con esa mezcla de carne tierna y
salsa casera, rabas tiernas con el rebozado justo, crujiente, y su buen chorro
de limón para acompañar, pulpo en su punto justo de cocción, a la gallega, con
sus buenas patatas, bien condimentado, o con vinagreta, igual de bueno o mejor. Croquetas bien hermosas, cremosas, de morcilla o jamón...
Ya no.
En nuestra última visita el pulpo duro, sin gracia, las
rabas escasas y grasientas, rebozadas hasta decir basta, ni rastro de las
albóndigas que en otro tiempo hicieron las delicias de muchos, sartenes a
rebosar de patatas congeladas y ninguna gracia más que añadir al plato.
Una pena.
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